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La magia del susurro

  • Foto del escritor: Nerea Barroso
    Nerea Barroso
  • 25 ago 2020
  • 3 Min. de lectura

De pequeña tuve dos ilusiones que no dejaron de ser demandadas hasta que, por fin, una de ellas se hizo realidad:  O tener un perro, o tener un piano. Años más tarde, me encontraba estudiando armonía, canto y, agobiando a los vecinos con todo el repertorio de Bach. Y del memorizar partituras, mi interés me llevó no solamente a la educación, sino al arte sonoro. A lo que esconden las palabras, las intensidades, a las diferencias entre las voces que acunan y las voces que sobresaltan. Y, ¿sabéis qué? que a pesar de la cantidad de corrientes pedagógicas que hay, todas aquellas que se basan en el cuidado y en el respeto, siempre comparten un elemento en común: La magia del susurro. Porque algo mágico sucede entre estas caricias acústicas. Porque un susurro es un regalo de proximidad, de confianza, es ese instante compartido que se vuelve secreto y especial, es una manera de crear un vínculo basado en el amor y el respeto. Atendemos más a los sonidos pequeños que a los sonidos grandes, porque nos parece tremendamente especial poder descifrar esas palabras invisibles. El uso de la voz también se vuelve un recurso y cuidado más, sobretodo cuando hablamos de la primera infancia. Emanando calma y entretejiendo las palabras desde la suavidad, se generan relaciones bonitas que se basan en una escucha asertiva, en el observar sin juzgar, en explicar y dar palabras a las emociones desde la cercanía y lo cotidiano. Incluso los enfados y los llantos son más agradables cuando se encuentra quietud en las palabras del otro/a. Ya lo decía Marshall B. Rosenberg [1], cuando percibimos los sentimientos y necesidades de los y las demás, reconocemos la humanidad que tenemos en común. Un susurro que espera. Que es receptivo y que no se anticipa. Un susurro que también valora los silencios y los momentos de escucha en los momentos de rabia, las incomprensiones que frustran y los malestares que agobian. Emociones y sensaciones que no hace falta que se articulen desde lo verbal, porque a veces… lxs niñxs nos consiguen decir tantas cosas sin palabras! Susurros. Silencios. Sonidos pequeños. Frases sencillas que dan palabras a una realidad compleja. Que reconocen la desgana que uno/a puede sentir cuando tiene que cambiarse el pañal sucio. Que recuerdan que después de cambiar el pañal, se puede retomar ese juego tan interesante en el que estaban inmersos/as. Sonidos que también se comparten en el momento de higiene, que colaboran con sus movimientos, que construyen un momento de cercanía, que ponen palabras a aquello que señalan en el reflejo del espejo, a mi nariz, a su nariz, a la suavidad de la voz de la otra educadora que acompaña en el espacio. Sonidos que articulan un mundo que nunca dejamos de descubrir. Y es que con estos sonidos pequeñitos, con esta manera de no alzar una voz, damos a entender que las voces no predominan unas por encima de las otras, que todo merece ser dicho desde el cuidado, desde la no infantilización del mundo.


Es aquí cuando se rompe una lanza a favor de que las intensidades máximas nunca tienen por qué ser las mejores. A pesar de que convivamos con ellas día tras día, en un entorno que suena a prisas frenéticas, donde el asfalto también tiene su propia voz. Una voz ruidosa. Una voz de jerarquías y competitividad, que nos enseña desde muy pequeños/as que contra más grites, más se te escuchará. Ya lo decía Carlos Gómez [2], se parte de la idea general de que si los sonidos no se escuchan, no interesan. Pero la verdad es que a lo largo de nuestras vidas podemos ver el efecto contrario: que no se hace el intento de escuchar… porque no hay interés. Aunque... en ocasiones suceden cosas asombrosas y diferentes. En ocasiones la infancia habita en espacios amplios y lejanos de prisas. En ocasiones, mientras el viento mece las hojas de los árboles, algunxs niñxs consiguen escuchar las risas de las flores. En ocasiones estas voces pequeñas resuenan e inician movimientos poderosos con los que cambiar nuestras miradas hacia la infancia. Más bonitas. Más cuidadas.


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