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Caricia Acústica

  • Foto del escritor: Nerea Barroso
    Nerea Barroso
  • 4 jun 2020
  • 2 Min. de lectura

En un lugar cercano a Madrid, en los entornos naturales que esconde Alpedrete, un grupo de niñxs de unos tres y cuatro años construye una batería casera a base de ollas, cazos y sartenes. Mientras exploran los diferentes timbres y sonidos que emergen, otra niña los observa, desde el interior de la casa. Una educadora se acerca a ella y le pregunta si quiere salir al exterior. La niña considera que le apetece un juego más silencioso y tranquilo. Parece estar algo triste, pues echa de menos a su madre. Prefiere estar hacia dentro, y en compañía de unx adultx, así que decide quedarse en el interior del recinto.

En Ojalá Hoja, un entorno de juego y educación en la naturaleza, se da forma a la expresión de las necesidades de lxs niñxs, y los espacios al aire libre se convierten en un maravilloso recurso para abordar las inquietudes de ellxs. Tan valioso es el ruido que necesitaban generar lxs niñxs que construyeron la batería, como el respeto por la niña que necesitaba aislarse del estruendo en un espacio más íntimo.

En las aulas convencionales, normalmente habitan una veintena de niñxs que conviven durante casi seis horas lectivas seguidas, sentadxs en pupitres. Cuando marchan a jugar al recreo, esta energía medio-contenida se libera de manera explosiva, con otras tantas veintenas de niñxs en la misma situación. La acústica que se da en estos entornos... habla por sí misma!

Los ruidos, los sonidos y los silencios que se dan en entornos educativos, en nuestro día a día, en las ciudades, en nuestra sociedad, nos dan mucha información sobre el mimo y el cuidado con el que convivimos. Las caricias acústicas, o la necesidad de cuidarnos mediante los ruidos y sonidos que habitamos, son ejemplos que nos muestran no solamente las intensidades que hay en nuestro alrededor, si no que nos vienen a recordar que no tenemos por qué siempre acostumbrarnos a los ritmos frenéticos, si no nos apetece.

A veces el parar, saborear los instantes o escuchar qué nos pide el cuerpo en situaciones estresantes, cómo así decidió aquella niña en Alpedrete, hace que las emociones fluyan mejor y que sepamos, ya desde la infancia, a cuidarnos mejor. A cuidarnos bonito.

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